
Oisin era un gran guerrero, hijo de Finn MacCool. MacCool que era uno de los guardianes del gran rey de Irlanda y Oisin el mejor bardo de Irlanda. Todas las mañanas junto a los Fianna exploraban las verdes colinas y salían de caza o simplemente a pasear. Un día que paseaban vieron a lo lejos un caballo blanco montado por la mujer más bella que hubieran visto, llevaba un vestido azul y oro, portaba en su cabeza una corona y la brida que la unía a su caballo estaba repleta de joyas.
La mujer se acercó a ellos “Mi nombre es Niamh y mi padre es el rey de Tir Na nóg, una tierra donde no hay dolor, donde nadie envejece jamás. Oí hablar de Oisin desde pequeña, y mi amor por el fue creciendo hasta ahora que he venido a llevarlo conmigo, ya que me quiero desposar con él”

De repente comenzó a sonar una suave melodía que hizo que todos quedaran como hechizados, y cuando dejó de sonar Oisin ya se encontraba subido en el caballo de Niamh, que había decidido partir con ella a Tir Na nóg. Mientras cabalgaban por el mar, Oisin miró hacía atrás viendo a su padre llorando por su partida y se prometió volver pronto para visitarlo.
Cuando llegaron y como Niamh le había prometido, allí todo el mundo era feliz y nadie envejecía. Juntos pasaron momentos muy felices, salían de caza, iban a banquetes, todo era mucho más feliz y la comida mucho más deliciosa que en su tierra, pero Oisin extrañaba a su padre y su tierra.
Oisin le rogó a Niamh que le dejara volver a Irlanda por un solo día, pero ella se mostraba reacia ya que no le había dicho que, aunque el pensaba que solo habían pasado unos años, en realidad habían sido trescientos los que habían discurrido, ya que en Tir Na nóg el tiempo pasaba muy lentamente.

Niamh no entendía porque extrañaba su tierra, donde la gente envejecía y en invierno la naturaleza se marchitaba al contrario de lo que ocurría en Tir Na nóg donde siempre la gente se veía joven y las plantas y las flores siempre estaban presentes, pero al ver su desesperación y cuánto extrañaba su tierra le dejó marchar poniéndole una única condición, que al llegar no se bajara de su caballo blanco, ya que si lo hacía nunca más podría volver con ella.
Oisin partió veloz a través de los mares hacia Irlanda pero cuando llegó se dio cuenta cuanto había cambiado todo. Mientras montaba en dirección al castillo de su padre se encontraba cada cierto tiempo con unos enormes edificios hechos en piedra y que emitían un ruido jamás escuchado con el . Jóvenes campesinos movían enormes piedras construyéndolos mientras el buscaba con su mirada algún indicio de donde podrían estar su padre y los Fianna.
Se paró delante de un hombre que parecía un druida y le preguntó si sabía donde se encontraban los Fianna, y este le dijo que aquellos por los que preguntaba habían dejado aquellas tierras hacía cientos de años. Oisin no le hizo caso pensando que el anciano era un celoso y que estaba perdiendo la cabeza, y siguió cabalgando hasta el lugar donde estaba la fortaleza de su padre.
Cuando llegó no encontró más que la colina vacía y las ruinas del castillo cubiertas de hiedra.
Buscando a alguien conocido de repente vio a unos ancianos que intentaban mover una enorme roca, quiso ayudarles así que se inclinó del caballo con tan mala suerte que resbaló y cayó al suelo, envejeciendo así los trescientos años que había pasado en Tir Na nóg.

Oisin preguntó a los ancianos que había sido de su padre, y estos le dijeron que había muerto hacía muchos años. Al darse cuenta de quien era, rápido, le llevaron ante San Patricio para que recibiera su bendición antes de morir y para que Oisin les contara de las hazañas y las maravillas de la tierra llamada La Tierra de la Eterna Juventud.

