La Batalla de Los Arboles

Taliesin (menteimperfecta)

Este es el poema galés más antiguo conocido y lo recita el bardo Taliesin.

«Las copas de las hayas

Han retoñado recientemente

Se han cambiado y renovado

De su estado marchito.

Cuando el haya prospera

Con hechizos y letanías

Las copas de los robles se enmarañan

Y hay esperanza para los arboles.

He despojado al helecho,

Con el que descubro todos los secretos,

El viejo Math Mathonwy

No sabía más que yo.

Con nueve clases de facultades

Dios me ha dotado:

Soy fruto de frutos recogidos

De nueve clases de árboles.

Ciruelo, membrillo, arándano, morera, frambuesa, peral

cerezo negro y blanco

con el serbo en mi participan.

Desde mi sede en Fefynedd

Una ciudad que es fuerte

Observé los árboles y las cosas verdes

Que se apresuraban.

Los viajeros se asombraban

Los guerreros se espantaban

Ante la renovación de conflictos

Como los que causó Gwydion.

Bajo la raíz de la lengua

Una lucha sumamente terrible

Y otra furiosa

Detrás en la cabeza.

Los alisos en la primera fila

Iniciaron la refriega

El sauce y el fresno silvestre

Tardaron en ordenarse.

El acebo, verde oscuro,

Tomo una actitud resuelta

Está armado con muchas puntas de lanza

Que hieren la mano.

Con el pisotear del rápido roble

Cielo y tierra resuenan

“Recio guardián de la puerta”

En su nombre en todas las lenguas.

Grande era el argoma en la batalla

Y la hiedra en su flor

El avellano era el árbitro

En ese tiempo encantado.

Tosco y salvaje era el abeto

Cruel el fresno

No se desvía la medida de un pie

Golpea directamente en el corazón.

El abedul, aunque muy noble,

Tardó en ordenarse

Pero no fue por cobardía

Sino por su gran tamaño.

El brezo consolaba

A la gente exánime

Los álamos de larga resistencia

Sufrían mucho la lucha.

Algunos de ellos eran expulsados

Del campo de batalla

A causa de los agujeros hechos en ellos

Por la fuerza de enemigo.

Muy airada estaba la vid

Cuyos secuaces son los olmos

Yo la elogio mucho ante

Los gobernantes de los reinos.

Fuertes caudillos eran el endrino

Con su fruto nocivo

El espino blanco no amado

De la naturaleza parecida.

Espino blanco

La caña que persigue velozmente

La retama con su cría

Y la hiniesta que no se comportó bien

Hasta que la domaron.

El tejo que desparrama dotes

Estaba malhumorado al margen de la lucha

Con el saúco lento para arder

Entre fuegos se chamuscan.

Y la bendita manzana silvestre

Riendo de orgullo

Desde el Gorchan de Maelderu

Junto a la roca.

Resguardados se quedan

El ligustio y la madreselva

Inexpertos en la batalla

Y el pino cortesano.

Pero yo, aunque menos preciado

Porque no era grande

Combatí árboles en vuestra formación

En el campo de Goddeu Bri».

(celtadigital)

Bibliografía:

«La Diosa blanca», Robert Graves

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